sábado, 24 de enero de 2015


Viajes varios. Especialmente Albarracín. Carlitos Sierra




Si se relatan “de seguido” los viajes que en aquellos años 90 realizamos, parecerá que estábamos todas las semanas de viaje,y nada más lejos de la realidad (ojalá!). A veces digo que de lo que más me arrepiento en la vida es “de lo que no he hecho” precisamente arrepintiéndome de no haberlo hecho (claro está referido a aventurillas y no lógicamente de cosas desdeñables...).

De los viajes varios, destaca un 13 de febrero a Granada. Era martes y me disponía a celebrar mi cumpleaños yendo con mis compañeros a Alcoy, al parque natural de la Font Roja, y mis queridos amigos me indicaron con determinación:- “para ir de Orihuela a Alcoy, mejor vamos a Granada”. Y Después del café salimos hacia tan grandiosa ciudad arribando a la una de la mañana. Era martes, y esa noche nos detuvieron más de cinco veces. A la vuelta Oscar tuvo un accidente estrellando el Panda a 100 m de nuestra casa contra la esquina del corral de las vacas, ya que era de noche y la semana anterior un borracho había chocado contra el cartel de la curva derribándolo, y al no estar éste la peligrosísima curva aparecía de sorpresa.

Otros viajes memorables fueron a Riopar, donde alucinamos con el nacimiento del río Mundo y nos bañamos con chubasqueros puestos debajo de la gran cascada. O a las “fiestas de los caballos del vino y moros y cristianos” de Caravaca de la Cruz, donde desfilamos en sentido contrario a la entrada mora, y nos confundieron con gamberros del pueblo de al lado (Cehegín), nombrándonos personas NON GRATAS, y teniendo que entonar un VIVA CARAVACA!, para evitar el linchamiento.

Pero uno de los viajes que recuerdo con más cariño fue un mes de septiembre, que aunque aún no habían empezado las clases, nos juntamos varios amigos y amigas de la escuela llenando tres coches con Juan, Fini, Ana Sempere, Coqui, Lourdes de Monovar, Tintín de San Juan y un servidor, y nos fuimos a Salsadella en Castellón a ver a Oscar en su puesto de vigilancia forestal de San José, donde trabajaba en verano, compartiendo turnos con su compañero Pepe. (Años después yo trabajé durante doce temporadas en un puesto similar en la Sierra del Maigmó en Alicante).

Ya con Oscar en el equipo nos fuimos a subir “La Peñagolosa” (con 1800 m la sierra más alta de la Comunidad Valenciana), y pasando por Teruel a Albarracín y Cuenca.

Tras unas cuantas cervezas y zurra, que Tintín (creo se llamaba Juan también) se empeñó en invitarnos tras la cena de tapas, nos fuimos a dormir a la puerta de la Catedral, pero los municipales nos echaron y a las 5 a.m partimos hacia Albarracín muertos de sueño. A la media hora por carreteras terribles nos para a la caravana de tres coches la Guardia Civil con su cuatro latas característico, y el agente, tras enterarse de que nos dirigíamos a Cuenca, nos pregunta: ¿Cuantos cubatas se han tomado ustedes?, y nos aclara que íbamos por la carretera equivocada. Juan se troncha de risa mientras yo le explico al curioso policía que sólo habíamos tomado un par de cervezas en la cena, pero que ibamos muy cansados tras la ascensión del Peñagolosa. Finalmente acabamos durmiendo junto al nacimiento del Tajo, entre las provincias de Teruel y Cuenca, donde en una sencilla acequia se indica con un gran monumento de acero inoxidable dedicado al padre Tajo, que es el lado más al este del ibérico río.

En Albarracín jugando al beisbol con una gruesa tranca y piñas, Juanillo casi le saca un ojo a la buena de Lourdes, resultando sólo un moratón en el pómulo gracias a Dios. Y en Cuenca nos despedimos y Juan y yo fuimos a ver a mi tío Ramón al pueblo de mi Padre en Toledo (Corral de Almaguer). Aunque no recuerdo si antes dejé a Juan en la estación de autobuses para que llegara a Murcia a tiempo a trabajar en la discoteca “Titos”, que ejercía los sábados de camarero extra. Antes llamó para ver si podía acompañarle esa noche yo, pero le dijeron que no hacía falta nadie más. Y así finalizó uno de los viajes más largos realizados, en el que solo el contemplar la monumental ciudad de Albarracín fue una experiencia que sin duda mereció la pena. (Sin olvidar un baño de rigor en el nacimiento del río Cuervo, que éste sí resultó ser espectacularmente bello, y frío, por cierto).

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