Una chimenea a prueba de cabañeros. Paquito Ruedita
Yo creo que lo que nos salvó de morir de hipotermia fue la nunca bien valorada chimenea de la cabaña. El invierno en la huerta oriolana es frío y húmedo y con la puerta rota y el aire que entraba por debajo no hubiera sido extraño que mas de uno pillara una neumonitis o algo similar.
Gracias a Dios, este aprieta pero no ahoga y en nuestra estancia cabañera pudimos disponer de una magnifica chimenea hecha de puro hormigón robado de la construcción de los tubos del trasvase como así nos lo hizo saber el ínclito Jesús Cerezo.
La chimenea nos calentaba, nos entretenía y encendió en nuestros corazones el amor por el fuego. Nos incitó a robar leña y gracias a ella pudimos cenar en muchas ocasiones, ya que nunca, no se por que motivo, teníamos dinero suficiente para comprar butano.
Me puse como un cochino de comer cochino y otros embutidos en esa chimenea. Generalmente los lunes íbamos al Pavero a por embutido. Un embutido que debería durarnos toda la semana pero que no pasaba del martes o en el mejor de los casos miércoles.
Recuerdo unos gorrones que no se por que extraña casualidad solían visitarnos los lunes por la noche y ya de paso se comían unas cuantas salchichas, longanizas rojas, longanizas blancas, morcillas y blanco del que el viejo Pavero nos regalaba y que nos explicaba como lo hacia con sus propias manos. Manos negras que no por el color sino por la mierda acumulada por los años, no tenia nada que envidiar a sus famosas uñas que ya de mugrientas le daban el típico saborcillo al embutido que tanto gustaba a la gente.
Mi abuela me enseñó a preparar el alioli con la batidora de forma que al volcar el tarro esta no resbalara y estuviera suficientemente espesa. Mi alioli era muy solicitado y consumido con el pan y embutido y uno de los lunes en que nuestra habitual visita estaba en la cabaña me dispuse a prepararlo de forma que tuve que bajar al huerto a por limón.
Cuando regresé a la cocina, dentro del tarro había una gran araña de estas carnosas que parecía una tarántula.
Con frustración me dispuse a tirar los ingredientes cuando el amigo Agustín, con su extraño sentido del humor, le da a la maquina y la mayonesa quedó preparada.
Los cabañeros no comimos alioli esa noche, pero nuestros invitados disfrutaron como enanos con el suculento manjar untado en el pan. Que buena te ha salido, me decían....Echarle un poco de carnaza es el secreto......pensé.
La chimenea daba mucho juego....El estropeado o el Estropi, como lo llamaban otros, un día tiró un bote de aerosol dentro del fuego y tuvimos que salir todos corriendo del salón a la calle.
Supongo que todavía continuará en pie, calentando a otras personas aunque es posible que la chimenea hubiera sucumbido el día que estando muy aburridos no se nos ocurrió otra cosa que echar maderos dentro hasta que se llenó totalmente. Le prendimos lumbre como diría mi amigo Juan y esta empezó a arder y arder y arder...........................................y arder....................
Tuvimos que salir a la calle del calor que aquello generó. Al cabo de un par de horas, pudimos volver a entrar a la casa y como si de un alto horno se tratara, empezaron a caer trozos de cemento de la propia chimenea, medio derretidos por el calor.
Yo pensé que era efectivamente el fin de la chimenea y consecuentemente el fin de nuestra estancia en la cabaña, pero no. La magnifica y por esto destaco lo de magnifica chimenea, resistió.